lundi 24 novembre 2008

MIRANDO AL ARTISTA QUE MIRA E INVITA A MIRAR…
Mónica Margain Castro
Creo que lo primero es exponer, en el sentido de poner a la luz, y mostrar la gran cantidad de miradas que una obra puede contener, y digo lo primero por dos razones, una porque Guy Pierre Tur subraya esto con su arte, a través del cual invita al espectador a mirar libremente, a jugar con la mirada, como si con eso nos dijera que todos tenemos una veta creativa, que todos somos parte y al mismo tiempo, que todos somos, quizá y al menos, parte de una obra de arte. Y segundo, porque es ese juego de miradas el que me da el permiso hoy de escribir a pesar de no ser ninguna especialista, ni en las letras ni en el arte. Jean-Marie Robine (Psicoterapeuta Gestalt) insiste en que como terapeutas miremos hacía otras disciplinas para enriquecer nuestra mirada teórica y práctica de la clínica; Guy Pierre Tur hace eco de esto llevándolo al arte cuando me invita a escribir sobre su obra, a compartir mi mirada torpe y entonces ser mirados ambos. Mi intención en este sentido no es pues hacer crítica de arte, tampoco ofrecer mi lectura de la obra como una forma fija y definitiva, sino convocarlos simplemente a mirar, a dejarse empapar y abrazar por este mundo de formas estéticas, de colores, de texturas, y ahora también de letras, y a construir así una nueva mirada, su mirada, la de cada uno, la que, aprendí contemplando esta obra, no es nunca una mirada terminada.Quizá lo que más llama mi atención sobre el trabajo artístico de Tur es precisamente lo incluyente que me resulta, porque no sólo reconoce con fuerza y favorece la variedad y riqueza de todas las posibles miradas, sino porque generosamente las incluye en su creación. Esto me ha impactado siempre en esta y en otras obras suyas, en La Tribu por ejemplo (una instalación de 120 personajes tamaño natural, todos idénticos en forma y todos diferentes en contenido) esto es más que evidente, el mismo Guy Pierre relata como cuando la expuso de forma itinerante en diferentes estaciones del Metro de la Ciudad de México, al público le gustaba tomarse fotos dentro de la instalación, convirtiéndose así en parte de la obra misma.
[1]La obra de la que hablo hoy lleva está inclusión al extremo, pues incluye desde el principio al entorno, al espacio que la recibe y para el que fue creada, pero también al observador que se vuelve activo y pasivo, incluso creador, al contemplarla; a la luz que ha medida que el día avanza cambia y juega con eso que en apariencia esta terminado pero que no es un nunca fijo; a todos los elementos de la instalación que se reflejan y completan unos frente a otros. Y es el reconocimiento de esta inclusión lo que la hace una obra viva, nunca fija, nunca acabada, porque no hay nunca una mirada igual, una luz igual, un momento igual, y entonces la obra misma no es, no puede ser, nunca igual.Guy Pierre Tur es pintor y psicoterapeuta y desde ese ser dual ejerce ambos oficios, me parece que para él la pintura no están tan alejada de la psicoterapia como podría pensarse, la creación es un acto, un ejercicio de improvisación que nos abre al mundo de las posibilidades, me parece que así lo cree y así lo ejerce. Cuando hace psicoterapia es obvio que mira como artista, que busca la mirada estética en el encuentro con el otro u entre otros, la forma creativa; y cuando pinta es obvio que mira como psicoterapeuta, porque su obra sana al cobijarnos y hacernos parte, mientras nos confronta con la incertidumbre, con la impermanencia, con el movimiento constante y con el proceso. Su obra se está haciendo todo el tiempo, y la entrega confiado (al menos eso parece), a las formas que el entorno que la recibe, el tiempo y los otros le vayan dando.Una pared blanca (entorno) sostiene a dos inmensos personajes (brazos y rostros en rojo, con destellos dorados y texturas. Los balcones -otra vez el entorno- juegan un poco a ser el cuerpo –como el espacio es cuerpo de la obra- su estructura parece incluir al entorno que los recibe.). Ambos personajes están unidos por un ave que aparece en medio y que es igualmente grande, algunos dicen que ella refiere a la libertad, a mi me refiere a la posibilidad de estar juntos, unidos, sin perder nuestra individualidad, que al final es también libertad, pero libertad-con. Cuando vuelvo a mirar el conjunto y reparo en sus dimensiones no dejan de gritarme algo acerca de la grandiosidad de lo simple y maravillosamente humano, terrenal, como si con ellos Tur me abriera los ojos a una espiritualidad de tierra, una que habita este mundo, y que recuerda que no siempre hace falta ver más allá, hace falta ver más aquí, mirarnos en el aquí, en la vida que es ya suficientemente intensa y rica –roja-). Los brazos están abiertos, como si invitarán o recibieran, pero al mismo tiempo la posición de la mano parece decir: hasta aquí, puedes entrar, puedes estar, puedes acercarte y puedo cobijarte, pero también puedo decir “para” cuando haga falta, puedo decir hasta dónde.La segunda obra, una menos colorida pero no por eso menos intensa, pues su intensidad es más de movimiento y su colorido proviene de la luz que cambia con ella a lo largo del día, está colocada en dos nichos tapizados de espejos, lo que hace que no sólo se multiplique una y mil veces, tomando una y mil formas e incluyendo incluso a los personajes que habitan frente a ella, sino que la llenan de vida, de proceso, y la combinación nos obliga a correr el riesgo de mirar y sorprendernos con lo inesperado de su trabajo. Si la primera me remite a la grandiosidad de lo humano, está me recuerda la grandiosidad del movimiento, de la incertidumbre, del proceso, de la danza, del grupo (siete –y ya el siete es interesante- figuras humanas que parecen danzar conectadas por el centro, por los pies), un grupo que danza y se mueve libremente, que se multiplica y cambia, que se re-nueva a cada momento, sin perder nunca el centro. El juego de espejos que la acompañan obliga a ver en movimiento, en proceso, y aunque por momentos la experiencia de mirar así puede causar un poco de vértigo, la invitación es clara: arriesgarse a sabernos siempre cambiantes, siempre diferentes, y también siempre acompañados. Creo que la idea de grupo y comunidad es importante en la obra de Guy Pierre Tur, como si con ella hubiera quizá un mensaje que nos invita a reconocernos sociales y ha corresponsabilizarnos en esta conciencia. Algunas teorías sobre la función del arte hablan de la responsabilidad social del artista comprometido con su tiempo, y de esto intencionalmente o no, Tur no se escapa (él diría que no se escapa nadie), porque en su obra habla de comunidad, de corresponsabilidad, de co- construcción, de libertad sin perder la pertenencia, de mirar ecológicamente: incluyendo al entorno, al otro y creando juntos.Ambas obras que juntas son una hermosa y vivificante instalación, establecen un conjunto de relaciones que permiten englobar dentro de una misma interacción a la obra en si, al artista, al entorno y al observador, todos participando de una siempre nueva creación. Jugando con las formas, las texturas, los colores, los volúmenes en una experiencia placentera y a ratos amenazante que no deja de sorprender a cada momento y en cada mirada. Para Baudelaire, la sorpresa es el origen de la poesía, creo que para Guy Pierre es una constante. Cada vez que vuelvo a mirar esta obra me encuentro con una nueva sorpresa: un reflejo, una nueva forma, una posibilidad más que me permite tomar conciencia de que nosotros también nos renovamos a cada instante, cambiando cada vez que una nueva mirada nos toca. Guy Pierre mismo habla de esta sorpresa permanente incluso en su colocación o montaje, porque si bien sabía que habría efectos no previstos, él mismo se iba sorprendiendo al descubrirlos: de pronto hay un juego de sombras en el techo en dónde aquello que está “encerrado” dentro del nicho vuela fuera de él; de pronto los personajes que viven enfrente, como separados, están dentro; de pronto la obra que era una en el día es otra de noche. Y así somos todos, así vamos siendo: libres y encerrados, unidos y sueltos, unos de día, otros al instante siguiente…siempre en proceso. Si la obra de arte es una provocación con la que polemizamos: Guy Pierre lo consigue al confrontarnos con la no existencia de formas fijas; si es representación de la realidad, de la experiencia humana (que es siempre incierta y en proceso): Guy Pierre lo consigue; si como dice Zanoyski, es un modo de aprehender aquello que de otro modo es imposible captar, Guy Pierre lo consigue; si es expresión de la emoción, Guy Pierre lo consigue. Por ello es tan profundamente humana su obra.No sé si Guy Pierre Tur estaría de acuerdo con una sola o con alguna de las cosas que sobre su arte digo, pero tampoco adivinó quizá, todos los efectos que sobre su obra tiene el espacio, la luz o los elementos de la casa que la recibe, y sin embargo se arriesgo, así es que hoy agradezco el riesgo que me invita a tomar con este texto no terminado, porque mientras estemos vivos no hay nada acabado…quedan las imágenes, quedan sus ojos y el vértigo del movimiento que nunca sé de cierto a dónde nos llevará.[1] Tur, Guy Pierre (2007) “Del arte a la psicoterapia grupal”. Revista Figura Fondo. Núm. 21. IHPG México.